La promesa de otorgar mayor grado de institucionalidad a la democracia en la Argentina sigue siendo una cuenta pendiente, por más que gobierno tras gobierno y campaña tras campaña, no son pocos los que se llenan la boca hablando de «República», pero que cuando les toca gobernar, actúan en sentido contrario.
Este tema no es menor y afecta entre otros, al normal desenvolvimiento de los actos eleccionarios en donde el ciudadano elige a sus representantes. Con un par de «sellos de goma«, cualquiera pergeña una alianza o frente que posiciona a individuos -que en definitiva- tienen el rol de tomar decisiones que afectan a millones de argentinos.
Es así que los nombres de dichas alianzas van modificándose y constituyendo espacios nutridos por hombres y mujeres de diferentes variantes ideológicas con posiciones diversas en temas que son cruciales para los representados.
Uno de los ejemplos más claros de esto se vio durante el debate en 2018 de la llamada «interrupción voluntaria del embarazo» o simplemente «ley del aborto no punible«.
Durante el tratamiento de dicho proyecto, el Congreso de la Nación se llenó de «librepensadores» que votaron según su propio parecer, sin que el ciudadano tuviese garantizada de forma alguna la representatividad de su opinión. Esto sucedió justamente en ámbitos en donde el pueblo debe estar absolutamente representado y su representante debe votar según el mandato previo de su mandante.
En las próximas elecciones nacionales de 2019, las tres fórmulas con mayores posibilidades, tienen al menos un candidato «peronista«, sin embargo y por falta de democracia en los partidos tradicionales y los no tanto, no existe ni está garantizada la posición de ninguna de las fórmulas sobre cuestiones -que más allá de las ligadas a la economía- garanticen que la ya olvidada «plataforma» o ideario de los partidos y alianzas, se tome como punto de referencia a la hora de elegir.
En la provincia de Tucumán, en la actualidad, se encuentran intervenidos, la Unión Cívica Radical, el PRO y el Partido Socialista. No obstante -elegidos a «dedo«- surgieron «representantes» de dichos partidos ya en las elecciones provinciales de Junio pasado y va a suceder de manera idéntica en las elecciones presidenciales, en las cuales también se votará para elegir nada menos que a cinco representantes en la Cámara de Diputados de la Nación.
La metamorfosis de lo que alguna vez fue la alianza denominada CAMBIEMOS, surgió detrás de lo que era ya en sí misma una alianza (el PRO), conformada por CPC (el primer partido creado por Mauricio Macri, que en Tucumán tuvo representantes pero que nunca logró llegar a formalizarse) y RECREAR, cuyo máximo referente fue entre 2003 y 2005, Ricardo López Murphy.
Luego el PRO, ya constituido y tras la convención de la UCR en Gualeguaychú durante 2015, decide dar nacimiento al frente que se denominó CAMBIEMOS. Tras la nueva alianza de 2019, con la incorporación del senador Pichetto a la fórmula presidencial de Mauricio Macri, aquello que era Cambiemos, adquiere una nueva denominación: Juntos por el Cambio. Este frente o alianza, lleva representantes de radicalismo y del peronismo sin mediar acción institucional desde el PJ ni la UCR de manera orgánica en todos sus distritos.
En Tucumán ni la UCR ni el PRO pudieron formalizar Cambiemos a nivel provincial desde su nacimiento y el PJ no tomó decisión alguna respecto a la inclusión de Pichetto en la fórmula de «excambiemos«.
Situación similar se produce en el siempre mutante movimiento peronista, que a lo largo de los años va modificando su denominación y lo mismo ocurre con la fórmula de Lavagna – Urtubey.
Así las cosas, los partidos políticos, sus plataformas, sus cartas orgánicas y sus supuestos idearios, van diluyéndose en la absoluta nada. La UCR, intervenida por el Gobierno de Macri, quedó absolutamente sin representación orgánica, el PRO, también sucumbió ante Buenos Aires, cuando un grupo representativo planteó una interna partidaria y su presidente saliente, Alejandro Ávila Gallo, trajo desde la nación al interventor agarrado de la mano. Otro tanto sucede con el socialismo y sus tantas vertientes como candidatos posee.
La transversalidad que permite que representantes de estas fuerzas y del mismo PJ puedan competir -ya no en internas- sino en fórmulas totalmente antagónicas, asesina a los partidos. Ya carece de valor estar afiliado o no a un partido, cuando igualmente se puede ser candidato (usando o no su nombre) si se conforma una alianza.
Los órganos de diciplina partidaria, no tienen forma de hacer aplicar sus Cartas Orgánicas o sus Estatutos y por ejemplo, expulsar a quienes no lo cumplan.
Urge la regularización, modernización y posterior cumplimiento de la Ley de Partidos Políticos y el respeto a la organicidad que debe regir la vida democrática partidaria. Los candidatos que surgen de los partidos políticos no pueden ni deben ser digitados por líderes ocasionales, no pocas veces con la intervención de personajes foráneos que no son más que funcionarios públicos designados por decreto y no avalados por el voto popular.
Las candidaturas tienen definitivamente que ser el resultado de la militancia y democracia partidaria, en donde deben prevalecer, por orden de mérito, quienes sepan y logren convencer a sus propios afiliados cumpliendo con su obligación y vocación democrática . Cada partido debe hacer cumplir sus estatutos y sus órganos internos deben tomar medidas para garantizar el normal desenvolvimiento de las actividades y decisiones de sus afiliados.
Esto vendría a poner algo de orden en este verdadero embrollo en donde el ciudadano y el afiliado partidario no decide nada sino cuando ya está decidido todo. La falta de representatividad y el sentido de obligación de los representantes ante sus representados,son absolutamente necesarios si realmente deseamos que la «república«, como tal, siga existiendo.