LOS HÉROES NUNCA MUEREN – BARTITO SIMPLEMENTE DECIDIÓ VOLAR ALTO

En el mundo de los superhéroes las cosas son así; las explicaciones están de más, hay que aceptar las reglas de juego que rigen para los pocos elegidos, que pueden atravesar este mundo dejando una huella tan profunda.

Si preguntas en la calle por Bartolomé Mirande Cabello, es muy posible que nadie lo conozca. Es que ese era su nombre común, el del frágil universo de los humanos. En cambio  al decir «Bartito«, aparece en el acto una sonrisa por parte de quienes lo conocieron o supieron de su perfil de luchador. «El Hombre Verde«.

A Bartolomé se le diagnosticó una grave enfermedad hacia fines de 2019. Luego de hacer lo que se pudo en Tucumán, fue derivado al prestigioso Hospital Italiano en Buenos Aires, en donde dio gran parte de la lucha. Bartolomé comenzaba a transformarse en «Bartito«, un héroe con una fortaleza única que lo hacía parecerse a su gran ídolo, Hulk «El Hombre Verde«.

Apenas decidido su viaje a Buenos Aires, Bartito comenzó a sacar a luz sus verdaderos poderes. El primer logro fue terminar con las rivalidades y mostrar el enorme caudal solidario del rugby tucumano. Fue así que en el club Cardenales, se congregó una inmensa cantidad de personas en un festival folclórico y benéfico. Allí se hicieron presentes  representantes de una inmensa mayoría de los clubes de rugby de la provincia de Tucumán; en muchos casos, presidentes o expresidentes de instituciones varias. También músicos tucumanos que contribuyeron con su arte en una noche memorable.

La movilización silenciosa y siempre creciente de almas positivas, convocó a figuras de clubes de fútbol (Bartito es fanático de San Martín de Tucumán) que dejaban mensajes en su cuenta de instagram. Así se vieron camisetas de rivales históricos como la de San Martín de Tucumán y la de Atlético Tucumán, firmadas a por jugadores de las respectivas  instituciones y así recaudar fondos para el tratamiento de Bartito. Su superpoderosa sonrisa fue capaz de unir a eternos rivales.

Los logros y los «poderes» de Bartito, le dieron a Bartolomé Mirande Cabello, la oportunidad de plantarse ante su enfermedad con una enorme sonrisa y su voz siempre «zezioza«; así logró enamorar a propios y extraños con su carita manchada con helado. No había nadie que pudiera resistirse al encanto de este «enano» simpático y valiente que se llevaba por delante cualquier tratamiento médico. Una de sus bebidas secretas, que le concedían poderes inimaginables, era -por supuesto- un vasito con «achilata«.

Hay momentos, situaciones, pequeños grandes milagros que se sucedieron a lo largo de este año y medio que duró la inmensa batalla de Bartolomé con su enfermedad. Puertas de desconocidos que se abrían, voces que llamaban para ayudar, que ofrecían todo a cambio de nada, que dibujaban esperanzas cuando las noticias  o la lectura de los resultados de algún análisis no daban motivos para festejo. Cada día en la vida de Bartito y su familia estaba lleno de emociones, de pequeñas y grandes batallas ganadas; de milagros concedidos. Siempre hubo, en contra de la opción de bajar los brazos, una esperanza nueva o una de esas «casualidades» que parecían mensajes directos y que empujaban a avanzar en una dirección determinada, que daban fuerzas extras para no claudicar.

La absoluta fe de los padres, hermanitos y la familia toda de Bartito en que se iba a conceder un milagro, fue dando espacio para que ese milagro sucediera. Un día con Bartito, era en sí un milagro hecho justo para él y todos los que lo amaban y lo aman pudieron y tuvieron tiempo de expresarle su amor su cariño su contención. No quedó puerta por tocar ni un «sí» sin conseguir. Todos pusieron todo lo que había para dar.

La enorme fe y entereza de Matías y Huertito -los padres de Bartolomé– era tan contagiosa y tan fuerte, que los arrastraba hacia nuevos horizontes, donde se conjugaban lo conocido con lo nuevo. Un espacio común en donde la oración fue un factor siempre presente y determinante. Quien se acercaba a Bartito, casi por casualidad, caía seducido por el torbellino lleno de vida que él fue o es…

Sin rendirse, Bartito luchó como había que luchar. Ese era el punto en donde se tornaba dificultoso distinguir a Bartolomé de Bartito. Al niño enfermo del héroe que todo lo puede. Como todo superhéroe, siempre existe un costado en donde las balas no rebotan…

Luego de una corta, o al menos así se vivió, última posibilidad en Barcelona, el destino dictaminó que lo mejor era volar a con sus afectos, a su hogar, a su nido.

La distancia entre Bartolomé y Bartito se fue acortando de repente. El héroe que todo lo podía comenzó a vincularse más con el niño pequeño que depende de sus padres y seres queridos. Los abrazos se hicieron más largos y duraderos buscando calmar los sinsabores. Sin dar paso al desconsuelo, la fe que mueve montañas regaló a Bartolomé una nube de algodón mullido en la cual cobijarse.

En un ámbito de serenidad, cantos, rezos y amor en estado puro, Bartito hizo un profundo respiro, tomó impulso y salió volando alto, llevándose a Bartolomé de la mano y dejando un arcoíris en donde el verde parecía ser el color predominante.

Cuando cierro esta nota y mientras una lágrima, cayendo por mi mejilla me indica que pude expresar lo que quise, veo por última vez un video familiar. Bartito o Bartolomé (uno de ellos o los dos en uno) le responde a su abuelo sobre cómo él se siente. ¡»Un niño feliz«! (dice a la cámara). ¿Cómo? insiste su abuelo. Bartito, reitera sin dudarlo e insiste levantando la voz: ¡»UN NIÑO FELÍZ«!. El milagro le fue concedido.