Difícilmente en una «obra de arte teatral» podremos asistir a la ridiculización y hasta la ofensa grave en la que se satiriza los rituales culturales, valores y costumbres de una religión milenaria como lo es el Judaísmo, sin embargo -y como ya es costumbre- los más que tibios católicos asisten nuevamente a la presentación de de una puesta en escena que basa todo su contenido en burlarse, y por qué no, insultar todo aquello que tiene que ver con el cristianismo. ¿Mera casualidad?
Desde las novelas de baja calaña, en donde no falta el personaje del cura o la monja, que finalmente terminan no siéndolo, aunque lo aparentan durante todo el desarrollo de la trama y visten y obran como tales hasta el teatro y el cine en donde la cosa se pone más «pesada»; vemos que con tal de llamar la atención y agraviar, se puede tomar a emblemas del catolicismo, como lo son la cruz, la mismísima Virgen María o el Santo Padre, para someterlos a todo tipo de vejámenes posibles en nombre de la libertad de expresión, del tan mentado «arte» y la «cultura«.
Difícilmente podremos observar que se brinde igual trato, si es que hablamos -por ejemplo- de la Estrella de David (que flamea orgullosa en la bandera de Israel) o al «Menorá«, aquel candelabro de siete velas, solo por mencionar un par de objetos icónicos. Por supuesto, ni hablar de Islamismo o el budismo. El fetiche pareciera ser siempre la Iglesia Católica Apostólica Romana.
En el mundo de la guerra de los sexos, la cosa se pone más espinosa, ya que con todos sus supuestos «defectos«, el catolicismo otorga a sus bautizados un espacio para su libre albedrío, para su conciencia. La mujer en el catolicismo ha logrado espacios que en muchas otras religiones les ha sido negado. Desde sectas varias hasta religiones clásicas, el rol de la mujer, no suele ser igualitario en relación al del hombre, quedando varios pasos atrás postergadas y sometidas en sus conductas y en sus aspiraciones. ¿Pero quién es siempre el objeto de crítica y ataque? El catolicismo.
¿Se imaginan a un grupo de feministas frente a una sinagoga, arrojando pintura, excrementos, piedras o intentando incendiar su estructura interior o exterior?. Todo esto en defensa de la igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito de la cultura hebrea?.
Los invitamos a introducirnos someramente en el mundo de las mujeres judías israelíes y de EEUU para reflexionar al respecto.
El mundo de la mujer judía va desde el éxito empresarial del alto Manhattan o de Tel Aviv a la sumisión absoluta de Williamsburg, en pleno Brooklyn neoyorquino, o en Mea Shearim en Jerusalén. Recorrer estos barrios es viajar por un mundo de contrastes tan abismales que cuesta creer que todas ellas pertenezcan a una misma religión, aunque sea desde puntos de vista distintos. Se salta del siglo XIX al XXI en cuestión de minutos.
Pasamos de la independencia y autonomía de las mujeres que ocupan altos puestos, tanto en Estados Unidos como en Israel, a la ausencia de vida propia, dirigida sólo a obedecer, trabajar y procrear en el micromundo de las ultraortodoxas de ambos países.
Paseando por el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, puede uno pensar que está en el barrio de los ultraortodoxos de Jerusalén, Mea Shearim. Las mujeres visten igual, austeras, de oscuro, falda larga y con todo el cuerpo tapado. Las casadas se rapan la cabeza para no atraer a los hombres y se cubren su calva con pelucas, pañuelos (el tichel que pueden tener diversos colores) o sombreros. No tener hijos se considera una catástrofe social. En ese caso el marido podrá divorciarse ya que se considera que su mujer «tiene el vientre cerrado».
Son la espina dorsal de la familia, pues paren de seis a siete hijos de media, se ocupan de la casa, del marido e incluso algunas trabajan dentro del barrio, la mayoría como maestras. Su formación es muy elemental. Mientras tanto, los hombres meditan, estudian la Torá y algunos de ellos se dedican al comercio del diamante en el East Side de Manhattan, negocio y cuyo centro de actuación está en el triángulo Nueva York-Jerusalén-Amberes.
En Williamsburg, los judíos ultraortodoxos, siempre vestidos con levitas negras, sombrero negro forrado de terciopelo entre semana y de piel en el Sabath, tienen como vecinos en Brooklyn a jóvenes de la cultura hipster, la Meca de los modernos y bohemios que jamás se mezclarán con los ultras judíos. Comparten una zona del barrio de Brocklyn y nada más. Jamás se mezclarán. Los ultraortodoxos tienen sus propias escuelas, sus centros de salud y sus sociedades de préstamo gratuito, además de utilizar los niños autobuses diferenciados para ir a la escuela. Son amarillos pero con las inscripciones en hebreo.
Y por si alguien se desvía, tienen a la Shomrin, patrullas del vecindario para vigilar posibles irregularidades en la conducta de algún miembro de la comunidad religiosa. La comunidad judía de Estados Unidos alcanza sólo un 2% de la población mientras que su representación parlamentaria es del 8%.
A los tres años, los niños haredim o hasidim (son conceptos muy similares pero todos son ultraortodoxos) empiezan a dejar crecer los payos (tirabuzones laterales) y a usar el tzitzit y la kippah, un pequeño casquete redondo que cubre parte de su cabeza.
En los alrededores de la estación de tren de Brooklyn, estos judíos ultraortodoxos continúan regentando tiendas de productos kosher (los alimentos tienen un cortado especial y no se pueden mezclan productos cárnicos con lácteos), hablando yidish y comportándose como habitantes de un gueto. Los sábados, fiesta del sabath, es un clásico ver a los hombres acompañados de sus hijos varones caminar hacia la sinagoga.
Pero apenas se ven mujeres. Estas esperan pacientemente a sus padres, hermanos o maridos en casa. El día anterior lo han cocinado todo y han dejado la casa preparada para la fiesta semanal. Una vez reunidas las familias, bajo una tenue iluminación, charlan, comen, pero desgraciadamente las mujeres opinan poco o nada. Sus maridos son elegidos por los padres y siempre con el visto bueno de los rabinos. Un matrimonio se puede concertar con haberse visto tan solo un par de veces.
Una vez casadas tendrán relaciones sexuales siempre sin preservativo. La semana que tienen la menstruación y la siguiente no pueden ser rozadas por sus maridos. Una vez finalizado el sangrado la mujer debe sumergirse en un baño o mikvah antes de reanudar relaciones con su esposo. El mikvah se utiliza tradicionalmente para limpiar a una persona de las impurezas, es un ritual de purificación. Pero lo peor que le puede pasar a una mujer es quedarse soltera, ya que está condenada al ostracismo.
Una mujer no puede cantar delante de los hombres ni tampoco mezclar entre su ropa lino y algodón. De hecho, la empresa española Zara tuvo que pedir disculpas en 2007 a la comunidad ortodoxa judía por haber incurrido en lo que esta considera un grave pecado: mezclar algodón y lino en una misma prenda. Esta mixtura está terminantemente prohibida por el judaísmo, al ser considerada un «híbrido» que va contra natura. De acuerdo a esta interpretación religiosa, los hombres no deben tocar a una mujer ni sostener su mano, aunque sean de su propia familia, ya que les puede llevar a la excitación sexual.
Recientemente el doctor David Ribner, terapeuta sexual, publicó Guía del recién casado a la intimidad física. El libro viene en un sobre cerrado y en la parte trasera hay tres diagramas de posiciones sexuales básicas. «Queríamos dar a la gente un sentido de no sólo dónde colocar sus órganos sexuales, sino donde poner sus brazos y piernas,» afirma Ribner, que fue ordenado rabino ortodoxo en Nueva York y comenzó a aconsejar a pacientes judíos sobre sexo. El libro se vende básicamente on line, ya que la mayoría de las librerías ultraortodoxas se niegan a tenerlo en sus estanterías.
Las mujeres ultraortodoxas se sienten muy orgullosas de tener maridos “sabios” que se dedican al estudio de la Torá y a la meditación. Son, como dicen muchas de ellas, su “alimento espiritual”. Sólo se pueden divorciar si su marido y su rabino lo permiten. Si lo hacen por su cuenta y tienen hijos, éstos serán “bastardos” y en un futuro sólo se podrán casar con otros “bastardos”.
Estas costumbres y forma de vida servil es igual en Williamsburg que enMea Shearim. Tan sólo se diferencian en que el barrio de Jerusalén es más austero y las paredes de sus casas están invadidas de cárteles en donde se exige a los visitantes, que nunca son bien recibidos, a vestir decentemente. A una servidora la echaron a pedradas simplemente por no llevar medias en pleno verano a unos 40 grados. La radio, televisión o internet apenas existen y solo algunos hombres utilizan teléfonos móviles.
Gila Adahan, abogada de Jerusalén especializada en divorcios, explica que las separaciones se rigen por las leyes del Talmud, de los siglos IV y V. “Sólo el hombre puede conceder el divorcio y tiene que entregárselo por escrito personalmente a la mujer”. Esa cláusula da lugar a un fenómeno denominado como“mujeres ancladas”(agunot), que no logran el divorcio si el marido no quiere.
La solución, explica la letrada, pasa por una larga espera, ya que la media para lograr el divorcio en Israel es de diez años, según las ONG, y de dos, según el Gobierno. Hay chicas que se buscan una solución intermedia:pagan a sus esposos para que les dejen separarse. “No es extraño que renuncien a la vivienda o a la manutención de los hijos por lograrlo. Llegan a una verdadera desesperación”, añade la abogada Adahan. Según la Israel Women’s Network(IWN, una de las principales organizaciones feministas ),el 42% de las mujeres ultraortodoxas reciben golpes de sus maridos, y un 24% sufre violencia sexual.
Mea Shearim significa cien puertas en hebreo. El barrio fue construido a lo largo del siglo XIX pero cuando se fundó el Estado de Israel, se tuvo en cuenta las características de este grupo ultrarreligioso consintiendo que viviesen en un barrio apartado, pero con los mismos derechos que el resto de los judíos, ya fuesen moderados o laicos.
No se relacionan con sus conciudadanos. Representan el 10% de la población de Israel. Hasta hace pocos meses nunca se habían planteado servir en el Ejército (para el resto de los ciudadanos es obligatorio para hombres y mujeres), no pagan impuestos, viven de las subvenciones del Estado y de organizaciones judías y de los grandes negocios que hacen otros miembros de su comunidad con la compra-venta de diamantes.
La intolerancia y el hermetismo llegan a tal extremo que un veintena de mujeres de rabinos escribieron hace un par de años una carta pública pidiendo a las mujeres judías que no tuviesen ningún contacto con hombres árabes residentes en Israel. Les alertaban de que si se casaban con un árabe israelí quedarían “atrapadas en sus aldeas sufriendo humillaciones”. En realidad eso es lo que les pasa a ellas.
El pasado 31 de julio, la policía israelí arrestó a un judío ultraortodoxo que exigía que una mujer se sentase a la parte de atrás del autobús, provocando protestas en la que los manifestantes terminaron por destruir los vehículos. Eso también ocurre en Williamsburg, hecho que ha causado enormes dolores de cabeza al exalcalde de Nueva York, el judío Michael Bloomberg. El objetivo de esta segregación es no rozarlas.
Si alguna de estas mujeres desea abandonar su comunidad ultraortodoxa lo tiene realmente difícil, sin embargo en Jerusalén existe una organización sin ánimo de lucro, Hillel, que ayuda a los jóvenes que han salido de la comunidad ultraortodoxa y que les prepara para vivir en una sociedad abierta: “Hay que enseñarles desde relacionarse con los demás hasta hacer gestiones en el banco”, comenta una de sus monitoras.
En los últimos meses, los enfrentamientos entre las mujeres judías moderadas de Israel y los ultra ortodoxos han ido en aumento. El grupo denominado Las Mujeres del Muro reivindican poder asistir los sábados a orar ante el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, al igual que hacen los hombres, en el mismo espacio y al mismo tiempo, pero los ultras se niegan tajantemente. Las acusan de blasfemar, les tiran tazas de café caliente, las agreden mientras ellas, cubiertas con su manto blanco al igual que los hombres, persisten en su reivindicación.
En el lado opuesto a las mujeres ultraortodoxas nos encontramos a esas judías liberadas y con gran éxito en sus carreras profesionales que han sabido triunfar desde el distrito financiero de Nueva York hasta los grandes puestos económicos y políticos en Israel.
En este grupo podemos encontrar a Karnit Flug, gobernadora del Banco de Israel, o Lilach Asher-Topilsky, directora generaldel Bank Discount, el tercer banco más grande del país. Un tercio de los ministerios de dicho país está encabezado por mujeres. Incluida Yael Andorn, la directora general del influyente ministerio de Finanzas.
El nombramiento de Flug fue ampliamente recogido en los telediarios estrella de las tres grandes cadenas de televisión que presentan tres mujeres: Yonit Levy (Canal 2), Tamar Ish Shalom (Canal 10) y Geula Even (canal público). Karnit Flug fue felicitada por las cuatro ministras del Gobierno (Tzipi Livni, Limor Livnat, Sofa Landver y Yael German), la jefa de la oposición, la laborista Shelly Yachimovich y la líder del partido de izquierdas Meretz, Zahava Gal-On.
En los últimos años, hay un aumento de rabinas a pesar de las presiones machistas. Como también de mujeres en puestos importantes de sectores como el empresarial, inmobiliario, publicidad o el cine.
Dos carismáticas jóvenes lideraron en las calles las históricas protestas de los indignados en el 2011. Una de ellas es hoyla diputada más joven del Parlamento. Las mujeres siguen siendo la cara, la voz y el motor de los movimientos que luchan contra la ocupación en Cisjordania,supervisan los chekpointsmilitares,denuncian cada casa que se construye en los asentamientoso defienden los derechos de los inmigrantes ilegales en Israel.
Las mujeres de éxito en Jerusalén viven en barrios de lujo como la Moshava, como se le conoce popularmente, dividido en dos por la calle Emek Refaim, una avenida bordeada de tiendas de moda, restaurantes y cafés. En Tel Aviv las encontramos en barrios como Ramat Aviv Gimmel o incluso en algunas casas de la Ciudad Blanca, considerada patrimonio de la humanidad.
En Estados Unidos ocurre algo similar. Recientemente el presidente Obama ha nombrado a Janet Yellen, de 67 años, primera presidenta de la Reserva Federal y sucesora de Ben Bernanke, para cuyo nombramiento jugó un papel importante el lobby femenino del partido.
“La doctora Yellen, nacida en Brooklyn de padres judíos, Anna y Julius Yellen, ha demostrado un conocimiento único del impacto que las políticas de la Reserva Federal tienen en las clases medias”, afirman sus compañeras del Partido Demócrata. Entre este grupo de mujeres también podemos encontrar a Amy Beth Pascal, Presidenta de Sony y de la Columbia Pictures o Suzanne Nossel, actual directora del Pen American Center, que engloba a escritores y periodistas, ex directora de Amnistía Internacional y mujer de confianza de Hillary Clinton. La lista podría ser infinita.
Las judías de éxito neoyorquinas viven en el el barrio Upper East Side, junto a Central Park. Son poderosas y libres, no tienen problemas con su forma de vestir ni necesitan cortarse el pelo al casarse. Y pueden ser atendidas por los mejores ginecólogos de la ciudad para controlar su maternidad. Seguramente algunas preferirán comprar sus joyas en Tyffany’s pero si vamos al Lower East Side de Manhattan, “distrito de los diamantes y las sinagogas”, podríamos verlas también en las numerosas joyerías cuyos propietarios son judíos.
La industria de diamantes de Israel es de las más importantes del mundo en lo que refiere a la producción de diamantes cortados en bruto. Aproximadamente la mitad de estos, de calidad gema, sale de Israel, que solo en el año 2004 vendió más de 16.300 millones de dólares americanos en diamantes pulidos, aunque en los últimos años han comenzado a aparecer serioscompetidores indios.
Si de asimetrías y desigualdades de derechos se trata (esto dejando de lado el islamismo y posiciones más extremistas) absuelven al catolicismo de todos los males que se le endilgan desde organizaciones que de manera sistemática y «encarnizada» apuntan su odio direccionado hacia todo aquello que represente a «LA IGLESIA«.
Algo deberá aprender el tibio católico de sus primos adeptos al islamismo, al budismo y al islamismo. Algo está haciendo mal el catolicismo. Ya es hora de dejar de poner la otra mejilla para poner las cosas en su lugar.
Desde los Congresos de Mujeres, manifestaciones de partidos de izquierda o puestas culturales, le llegó la hora a cada católico el tiempo de decir ¡BASTA!.
Recientemente un grupo de mediocres actores realizaron una puesta en un teatro tucumano dependiente de la UNT en donde fueron escrachados por un grupo de «ultracatólicos«. Rápidamente y sin ruborizarse, las autoridades de esa casa de estudios salieron a pedir disculpas. Tal vez desconocen el ideario de su fundador Juan B Terán, un hombre moderno pero con una profunda formación religiosa. ¿Será tal vez que los «antibióticos» de una sociedad hastiada de tanta agresión injustificada, están empezando a actuar en defensa de lo que en la República Argentina está garantizado por el artículo 14 de la Constitución Nacional; esto es nada menos que la libertad de culto; que le cabe al catolicismo y a cualquier otra religión?
Si queremos vivir en una sociedad justa, pacificada, hermanda y en la cual se defiendan los derechos y garantías de las personas; vamos a tener que tener en cuenta esto. De no ser así, estamos dando lugar a una escalada de violencia que no se sabe donde y en qué lugar puede concluir.
Estamos asistiendo a momentos en donde se puede notar un cierto despertar de un sector del catolicismo que se siente harto de ser permanentemente objeto de algo así como un bullying por sus creencias religiosas y que se va dando cuenta de que poner la cara para recibir escupitajos, chorros de pinturas y agresiones, ya no es el modo de defender sus creencias ni su modo de vida.
El argumento remanido es que los postulados del catolicismo y la Iglesia Católica misma son»RETRÓGRADOS«. Sin analizar demasiado este calificativo y solo por comparación, podríamos decir que la sociedad católica y especialmente la mujer católica, se desenvuelve en un ámbito en donde puede desarrollar toda su potencialidad como persona desde todos los puntos de vista sin que por ello se la relegue ni se le discrimine de forma alguna.
Los tiempos y las maneras de contrarrestar los embates permanentes de grupos organizados y no pocas veces rentados, deben adecuarse en sus discursos y en sus formas llamando a las cosas por su nombre. Es eso tal vez lo que quiso decir el Papa Francisco, cuando instó ante millones de jóvenes en Brasil al convocarlos a «hacer lío«.