¿Quién dice que un periodista tiene que ser insensible a la hora de enfrentar una tragedia ajena? El solo hecho de situarse un instante bajo la piel de un padre que ha perdido a su hijo en manos de una bestia asesina, hace sentir escalofríos.
Los avezados periodistas que cubren policiales, amortiguan sus sentimientos -cuanto pueden- para no sufrir los pesares de los eventos trágicos que les toca vivir y cubrir como «noticia». En mi caso postergué todo lo que pude el enfrentar a Santiago Villegas y a Alberto Villegas, padre y abuelo respectivos del enorme Valentín. En esta nota, hablaré de mi convesación con Santiago, su papá.
Uno puede comprender que al niño asesinado se le llame «Valiente«, porque además del hecho de que lo fue; ofreció su cuerpo y su vida para proteger a su amiga, como lo hace un caballerito, como lo hace un hombrecito bien criado desde la cuna. Pagó el precio con su vida.
Valentín no debió nunca transformarse en «Valiente«, no tenía porqué. Nadie tenía ningún derecho a transformarlo en víctima y hacer de él un emblema, un cartel, una bandera.
Él era solo un niño, un niño creciendo en mente y cuerpo sano. Alguien debía velar por él; ya bastante hicieron sus padres, abuelos, tíos, primos y amigos. A Valentín lo mató la ausencia del Estado, le quitaron el derecho a vivir. Le quitaron su esencia de niño y su simple y sencillo programa, como era el de pasear con una amiga a tomarse un helado.
Fue en esas circunstancias en que -el hoy «Valiente Valentín«- fue herido de muerte por una bestia asesina, por una lacra que debió estar presa con anterioridad, de no mediar una justicia vulgar, paupérrima. De no mediar funcionarios «levanta teléfonos«, prestos a sacar un puntero de un calabozo. De no mediar esa raza maloliente que estudió nada menos que una carrera llamada «Derecho«, que se convirtió -al son de una justicia y Código Penal estúpido y obsoleto- en un engendro llamado «sacapresos»; tal cual son denominados en la jerga marginal y carcelaria que comparten muchos de los que pasillean -por dentro y desde afuera- los mostradores de los juzgados del fuero penal. Los cómplices de saco y corbata.
Reitero. «Valiente» debió seguir siendo Valentín, pero una conjunción de acciones individuales y grupales, hicieron que alguien que no debía compartir la calle con gente de bien le arrebatara su derecho a ser…, lo que podría haber llegado a ser, de no caer como un rayo insólito e inesperado la interrupción de su existencia en vida; otorgándole tan injusta y triste trascendencia.
Así las cosas, dejé pasar un tiempo antes de poder enfrentar el rostro lacerado de dolor de Santiago Villegas, su padre. Fuimos a un bar sobre calle Acassuso en Yerba Buena y tomamos un largo café, yo más de dos, creo recordar.
Lo primero que hice fue darle un abrazo de hermano y murmurar la odiosa frase, «no sabes cuanto lo siento…«. Hace poco más de un año habíamos compartido una mesa de café casual y cruzado unas breves palabras. Este hombre que tenía al frente no parecía ser el mismo que con su risa franca, se ganaba la simpatía de quien no lo conocía por ese entonces. Parte de su existencia se le esfumó del rostro. Parecía condenado a no volver a sonreír; sin embargo su trato fue afectuoso y cordial; no perdió la compostura en ningún momento de la charla.
– ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar, Santiago?, le pregunté en un momento.
– Hasta donde sea necesario, Pablo, para que nadie tenga que pasar por lo que estoy pasando yo desde que sucedió lo de mi hijo, respondió con voz firme.
Tomé otro trago de café y traté de visualizar si existía odio en su mirada, pero no era eso lo que iba a encontrar. Más allá del desconsuelo ineludible, el hombre estaba de pie como un roble. Firme, dispuesto a enfrentar a diez, a veinte Goliat si era necesario.
-Voy por todo y por todos los que permitieron que a mi hijo le haya pasado lo que le pasó, dijo sin dudarlo un segundo. Acá no hay un único asesino, todos los que sabían que esta bestia estaba suelta y que lo facilitaron, son tan criminales como el que mató a Valentín, dijo de manera tajante.
Constantemente pedía mi opinión, yo me sentí muy pequeño como para atreverme a aconsejarlo; no obstante acepté el reto y lo alenté a continuar. Hablamos de los funcionarios involucrados, de la policía, de la mafia que convive a la par de gente honesta. Del consumo de drogas, de la hipocresía de quienes acusan pero a su vez alientan ese consumo o miran para el costado.
Algo que volvía permanentemente al encuentro, era la común sensación en ambos de que esto no debió suceder nunca. Valentín tenía que terminar el helado con su amiga, debió hablar de sus cosas, reírse, planificar su día a día, contar sus alegrías y las inseguridades propias de un pequeño hombrecito de tan solo quince años. Un niño que murió como hombre. ¡No hay derecho, no hay justificativo alguno! Valentín merecía y tenía derecho a que alguien garantice su simple y sencillo acto de pasear caminando por una vereda de Yerba Buena y tomar su helado… Eso no sucedió. Una bestia inmunda se atravesó en destino.
Santiago Villegas también tenía derecho a disfrutar de su hijo y verlo crecer. Rompe el alma verlo sufrir. No odia, no teme, no le tiembla el pulso. Duda, pregunta, quiere respuestas, pide ayuda, carece de soberbia, solo ambiciona la justicia para su pequeño y anhela que esto no vuelva a suceder, que nadie pase por su infierno.
La charla fue extensa, cordial, como de viejos amigos. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias…!, no se le cae de la boca esa palabra. Uno se siente pequeño a su lado. Ese hombre tiene derecho a todo y solo exige que esto no le pase más a nadie. Él, roto por dentro y ya sin su hijo, pide y reclama por los derechos y las vidas de los hijos de todos nosotros. No puedo decir que envidio su fortaleza, pero si me animo a manifestar mi admiración profunda por Santiago, como padre, como ciudadano, como víctima.
¿Qué pide? Poco y nada: Justicia. Que renuncie el inepto Secretario de Seguridad de Yerba Buena. Que se promueva un sistema de vigilancia en la vía pública que permita que todos puedan caminar tranquilos por las calles de su ciudad. Más presencia policial. Que la ambulancia del Centro Asistencial Ramón Carrillo, tenga un protocolo para asistir a las víctimas en tiempos razonables. Un mapa del delito. Que la GUM (Guardia Urbana Municipal) deje de ser un cuerpo ineficiente que solo aparenta eficacia a fuerza del marketing aplicado a su indumentaria, a sus grandes rifles de balas de goma y a sus móviles que son a la postre una cáscara que oculta una gran debilidad, solapada por un «bien pensado» color negro mate. Esta fuerza no está a la altura de las circunstancias prestos a actuar en tiempo y forma.
Santiago no exige demasiado, perdió a su pequeño hijo de quince años y solo pide eso ¿Alguien puede dudar que tiene razón y motivos? (¡…!). Pide mayor compromiso y solidaridad entre los vecinos de Yerba Buena en lo que a seguridad se refiere. Pide erradicación de las mafias internas que comercializan objetos robados y estupefacientes. Pide la implementación de plan de seguridad del que adolece el municipio en donde gobierna Mariano Campero. Pide control permanente a los motociclistas, habida cuenta de que de existir los mismos y que de ser realizados de manera adecuada y permanente, el asesino de su pequeño hijo no podría haber circulado libremente, sin casco y con un cuchillo entre sus ropas.
¿Quién se anima a contradecir su reclamo? Él solo percibe excusas, justificaciones pueriles. Cada respuesta desacertada, cada planteo improvisado le suena como una cachetada en su rostro dolorido por la angustia.
El café concluyó en unas dos horas. Sentí que había hecho algo por él y él pudo recibir el acompañamiento de alguien que no es su amigo; aunque tal vez ya lo seamos.
Santiago, gracias por pedirme consejos y ayuda. Me hiciste sentir tan digno como para tener la posibilidad de compartir tu pesada carga por un instante.
¡Gracias! ¡No aflojes hermano! Somos muchos los que te apoyamos. Vayas a donde vayas y pidas lo que pidas.; no me imagino a alguien que tenga el valor o la soberbia de contrariarte. Por mi parte, no se los aconsejo; van a chocar de frente con una roca que no se quiebra.
La muerte por asesinato vil y salvaje de Valentín, no es una mera «noticia»; es realidad pura, cruda, injusta, viviente y penosa. Valentín es y será presente, nunca pasado.
– ¡Chau Pablo, muchas gracias!
– ¡Chau Santiago, contá conmigo, muchas gracias a vos por todo!
Nos dimos un abrazo, una palmada y nos despedimos.
Lo vi partir con un dolor inmenso a cuestas, pero con una fortaleza y una determinación únicas.
Así conocí a Santiago Villegas, el papá de Valentín, de «Valiente«…