El redactor se tienta frente al teclado, frente a la posibilidad de escribir una nota con frases y pequeños párrafos inconexos, qué pretendan interpretar qué es lo que pasó en las elecciones en las que Javier Milei arrasó en las urnas el domingo 19 de Noviembre. La miopía de los dos oficialismos derrotados (UPT y JxC) fue determinante para literalmente «empujar» al ciudadano a tomar una decisión respecto a su voto.
«No sé lo que quiero, pero lo quiero ya«. Pudo ser este un común denominador entre los votantes que vienen exigiendo un CAMBIO desde hace ya muchos años y que le dieron la presidencia a Javier Milei. Ese mismo «cambio» que no les otorgó el macrismo y mucho menos la fantasmal y patética presidencia de Alberto Fernández que terminó de desilusionar al elector.
Sordos de ideas, sordos de empatía, sordos de soberbia, sordos de escucharse entre ellos repitiendo cacofónicamente consignas cada vez más desconectadas de los intereses reales y concretos de ciudadanos hastiados de la democracia; al menos de esta democracia fallida, que desde 1983 con el arribo de Dn. Raúl Alfonsín, a la fecha, no permite que los distintos estamentos de la sociedad argentina y el ciudadano en sí, puedan planificar una vida lógica y previsible, sostenida en el tiempo, sin tener que estar pendientes de los sobresaltos permanentes a los que los somete la clase política…, «LA CASTA POLÍTICA».
Sorprendidos, indignados, desilusionados, con temor, desubicados en tiempo y espacio. Así quedaron las oposiciones frente a un loco de remate que se animó a sintetizar en una sola palabra todo un concepto, todo un ideario; una conjugación perfecta de cómo percibe el ciudadano de a pie a la clase política: «CASTA». Este fue el hechizo del «Mago Merlín» Milei.
Ni la motosierra, ni los anuncios de explosiones con dinamita, ni cualquiera de las incontables manifestaciones de Javier Milei, fue tan determinante como esta palabra que puso al desnudo a todos, a todas y a todes. ¡CASTA! No importaba el partido del que se hiciera referencia. ¡CASTA!, no interesaron los anuncios de futuras tormentas, ni las tardías medidas económicas que no alcanzaron a impactar en la realidad cotidiana de cualquier argentino del nivel económico o actividad que sea.
«¡Prefiero que todo vuele por los aires!», fue otra de las frases repetidas en reuniones de amigos, familiares y hasta políticas. Es que la mayoría de los argentinos están hastiados del obsceno atropello a sus intereses, sus ideas, sus límites ideológicos, su identidad, sus credos, sus modismos, su cultura y por supuesto…, su economía.
Cualquiera de las Inteligencias Artificiales disponibles hoy para todos los ciudadanos, estaba en condiciones (ante la pregunta adecuada), de enumerar qué cosas hartaron a más de la mitad de los electores argentinos. Se podría inclusive especular que la «paliza» a la que sometió Milei a Sergio Massa, no refleja cabalmente el descontento y la desesperanza en que se encuentra sumido el argentino promedio. Se podría decir que los números fueron generosos con Massa.
De nada sirvieron las campañas de miedo, los «periodistas» (si los hay), que se subieron al montaje de verdaderas «operetas» para desgastar a un Milei que parecía inmune hasta a sus propios errores, dichos y exabruptos.
Siendo realista, era muy probable que el mismísimo Sergio Massa hubiera sido el «antídoto perfecto» para acabar de una vez con lo que muchos de nuestros compatriotas consideran una enfermedad: El kirchnerismo… Por supuesto y con el nuevo diario del lunes, esta hipótesis quedará con resultado nulo. Nunca se sabrá.
¿Acaso se equivocó el soberano votante? ¡NUNCA! Lo único que faltaría es que se le adjudique responsabilidad o culpa a generaciones dispares de desilusionados ciudadanos, hartos de tanto «pasado» y sin visualización de un presente digno y un futuro promisorio al menos para sus hijos; esos mismos hijos que fueron los primeros en visualizar a este candidato tan diferente a los demás, que les llamó su atención desde el inicio y por las redes; sin opiniones direccionadas de periodistas tendenciosos, sin filtros de ningún tipo. Así…, tal y como es y se mostró Javier Milei.
A los argentinos los abrumó el presente y no pudieron visualizar un futuro para poder proyectar su vida, sin tener que soportar esa «mosca en la oreja» que significó un permanente «relato», que les decía lo que tenía que pensar, decir, hacer, pagar, cobrar, planificar, etc. La misión era romper la cristalería, saltar sobre los platos rotos, mostrar indignación y hacer comprender que a pesar de todo y cueste lo que cueste, el presidente o cualquier político de turno, no es más que un empleado que desde hace décadas, viene conspirando contra la empresa de la que todos somos socios.
¿Nombres propios? ¡Para qué! Son todos y el pueblo bajó casi de forma unánime el martillo (si no la hoz) con un veredicto inapelable. Un voto equiparable al «que se vayan todos…», del 2001/2002.
Es que el margen de tolerancia de los ciudadanos, independientemente del estrato socioeconómico al que perteneciera, con la clase política, pero sobre todo con la casta gobernante, se redujo de tal forma, que sólo un milagro podía revertir este grito que es parte de nuestro Himno Nacional: «Libertad, libertad, libertad…».
Dicha libertad no se sustenta en parámetros ideológicos (necesariamente), ni atado a las famosas «escuelas económicas» que ya fracasaron en sus dos polos en la práctica a la hora de gobernar. Mucho menos en un análisis pormenorizado de nuestra corta pero turbulenta historia política de algo más de doscientos años o contada en décadas.
El grito ciudadano, como un rugido hizo tronar el escarmiento. Una figura, aún desorbitada y surrealista, que no contaba -ni cuenta- con una estructura partidaria que lo contenga, se llevó puesta de sombrero a la mismísima «CASTA».
Es más. Todavía son numerosos los sectores que creen que por ventura no integran parte de ese estereotipo, de este concepto. Periodistas, empresarios prebendarios, medios de comunicación, parásitos proveedores del Estado. Mafias infiltradas en toda la sociedad que trabaja en connivencia con la «casta política», son también sujetos de ser rotulados y juzgados como «CASTAS». Gremios, Medios de Comunicación, Empresas proveedoras de Servicios, Concesionarios de supuestos servicios, Mutuales, Asociaciones Civiles, Intermediarios de Programas Asistenciales, Clubes y Asociaciones Deportivas… Una lista agotadora e interminable de integrantes de las «CASTAS» vigentes y enquistadas en la sociedad argentina.
Es que nos faltó futuro. Los argentinos se sintieron amordazados, imposibilitados de poder expresarse sin por ello ser rotulados, desautorizados, perseguidos, esquilmados a niveles en que se hizo regla y costumbre. Esa sensación de sentirse un verdadero idiota que juega e hincha por consignas y triunfos del que nunca resultó ni resultará beneficiario. Sólo la CASTA cosecha las mieles de la militancia. Es que a ojos de la política tradicional con su defectuoso «VAR político«, concluyó que podía eternizarse e ignorar las reglas del juego y modificarlas a espaldas de la «hinchada» (el ciudadano), ignorando sus cánticos, reclamos, manifestaciones e insultos.
Claramente Javier Milei, no alcanzó a constituirse en una «esperanza» ni una promesa de un futuro mejor, pero sí -ante una sociedad enferma y hastiada- supo ofrecerse como un instrumento dispuesto a actuar bajo las premisas de una suerte de «quimioterapia política«; que ofrece como solución (al menos desde lo declamativo), destruir las células malignas de un país diezmado, aún a costa de arrasar con tejido sano, como efecto colateral.
Poco o nada importan -por el momento- las incógnitas, los temores, las amenazas de crisis venideras muy probables; ni tampoco las pulseadas que deberá enfrentar su gobierno para poder mantenerse institucionalmente en pie, acordando puntos en común con esa «CASTA» a la que no se cansó de señalar con el dedo como la suma de todos los males.
El Estado y la Política, como una suerte de «Papá Noel» que regala supuestos derechos, pero que se queda con un gran porcentaje de la bolsa de juguetes, se acabó al menos por ahora. Eso es lo que prometió y eso es lo que los votantes le exigirán. De no hacerlo, tronará el escarmiento también para el propio Milei.
Los argentinos están intoxicados de pasado. Hartos de debates inconducentes sobre los fragmentos más dramáticos de nuestra historia; mismo que no cabe duda que fueron un antes y un después; pero que no logran hoy permanecer pendientes en la mente y el ánimo de los ciudadanos como una prioridad.
La década de los 70 y sus consecuencias, serán siempre una de las páginas más negras de nuestra historia; pero sí…, «de nuestra historia«. El argentino exige a la política que se aboque a solucionar cuestiones ligadas al PRESENTE Y AL FUTURO.
La «genitalización» de los derechos individuales y colectivos, hastió a la ciudadanía, sea cual sea su condición, edad y preferencia. El Estado no está para inmiscuirse en las decisiones individuales de quienes en minoría o mayoría, merecen absoluto respeto y libertad por sus elecciones, condiciones y preferencias personales. El Estado (con el dinero de los contribuyentes), no puede solventar los costos de tratamientos no vitales de cuestiones que no tienen que ver con la salud, sino con decisiones y condiciones personales; mientras la Salud Pública, no posee fondos ni infraestructura edilicia y profesional (bien remunerada, esta última), que sea suficiente para garantizar la provisión de un servicio de salud pública de excelencia, tal y como debiera ser.
Así en su relato, los partidos tradicionales tomaron como propia una agenda que no coincide con los requerimientos básicos de la población en general. Los mismos que prometieron un «cambio», se sumaron a la misma agenda cuando tuvieron su oportunidad desde mucho antes de acceder a la presidencia en 2015. Así les fue… Es por ello que en esta nota hablamos de «las oposiciones».
La característica pendular de la política local y mundial, enfrenta permanentemente a los ciudadanos y los mantiene en una insostenible «alerta permanente». Con Javier Milei como presidente de los argentinos y aún si su gobierno no logra cumplir con las metas propuestas, dejó en claro que el votante exige y exigirá de la clase política y dirigencial en términos genéricos; un estilo de toma de decisiones y gestión de la «cosa pública», totalmente distinta a aquello que se padece hasta hoy y que debe modificarse de manera drástica de ahora en más, para nunca volver sobre sus pasos.
El único y gran peligro, es que Javier Milei se transforme en parte de la CASTA que él mismo sintetizó conceptualmente. Si bien durante la campaña dio algunos pasos acercándose demasiado hacia los representantes de la misma; debe evitar cuanto pueda caer en la trampa de ser deglutido por ella.