Tengo 67 años y hasta antes de la cuarentena me sentía «Gilgamesh El inmortal» (serie de historieta argentina creada por el dibujante y guionista Lucho Olivera, basada en la antigua leyenda sumeria del rey Gilgamesh).
Esa sensación estaba avalada por los hechos: soy jugador de pádel desde hace treinta años y lo practicaba dos veces a la semana durante dos o tres horas cada vez. O sea entre cuatro y cinco sets en cada turno, contra contrincantes 20 o 25 años menores a mí, en promedio. Perdía y también ganaba, como ocurre en todos los deportes. Pero lo importante era sentirme en condiciones para competir.
Cuando me era posible, practicaba otros deportes como natación, tenis, vóley, pesca y remo si fuera el caso. El estado físico me permitía practicar esos deportes y los deportes, a su vez, colaboraban en mantener mi estado físico y mi salud mental. Sin duda esas actividades me hubieran permitido vivir más tiempo y llevar mejor mi veteranía. Mi categoría de viejo activo; una condición física y mental saludables que me posibilitaban vivir con pasión el presente y mirar con optimismo el futuro.
Pero de golpe y porrazo, el coronavirus me privó de la posibilidad de salir de mi casa. Y el Gobierno se dio cuenta de que en realidad yo era un viejo decrépito al que hay que cuidar como si fuera una delicada copa de cristal que puede quebrarse ante cualquier golpe. Que además he perdido mis facultades mentales, por lo que no puedo ya gobernar mis actos y tomar decisiones. Sin duda es un paternalismo que no quiero, ni merezco ni necesito. De veterano deportista me convirtió en viejo descartable, que, como es incapaz de defenderse solo es necesario decidir por él. Qué puede hacer y qué no; cuándo y a dónde puede ir y cuánto tiempo puede ver el sol.
N de la R. Tal como expone la nota enviada por el lector Marcos Mirande a El Diario en Tucumán, está claro que no todas las personas mayores de 65 años viven la vida acosados por enfermedades y desde algún plano, estigmatizados con el mote de «viejos«. Si tenemos en cuenta el video que nos hiciera llegar el lector, se podría decir que para muchos mayores de 65, «viejos son los trapos«.
¿Quién autorizó al Gobierno para que decida por mí? ¿Me está cuidando o me está condenando a una muerte prematura? ¿Quién le dijo que, en vez de ser -nosotros los viejos- personas de consulta, somos seres desechables e inútiles cuya opinión no merece ser escuchada? Lejos de ser valorada ¿nuestra experiencia no sirve ya de nada? ¿El virus y la consecuente cuarentena borraron mis derechos, conocimientos, aptitudes y posibilidades?
No. Me niego a asumir que soy una pesada carga de la que el Gobierno no tiene más remedio que ocuparse. No necesito aún que tomen decisiones por mí ni que me indiquen qué debo hacer. Gracias señores del Gobierno.
En total uso de mis facultades mentales y físicas declaro que renuncio a su ayuda.
Apenas pueda seguiré practicando mis deportes favoritos. No renunciaré nunca al lema que me acompaña desde hace ya unos años: “prefiero morir en una cancha de pádel que en una clínica”.
*Marcos Enrique Mirande
Periodista y deportista